Cuando me he encontrado con alguien que me parecía un poco lúcido lo he sometido a la experiencia de mi dibujo número 1 que he conservado siempre.Viví así solo nadie con quien poder hablar verdaderamente hasta cuando hace seis años tuve una avería en el desierto de Sahara.
Algo se había estropeado en el motor. Como no llevaba conmigo ni mecánico ni pasajero alguno me dispuse a realizar yo solo una reparación difícil. Era para mí una cuestión de vida o muerte pues apenas tenía agua de beber para ocho días. La primera noche me dormí sobre la arena a unas mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. Estaba más aislado que un náufrago en una balsa en medio del océano. Me puse en pie de un salto como herido por el rayo. Me froté los ojos. Miré a mi alrededor. Vi a un extraordinario muchachito que me miraba gravemente. Ahí tienen el mejor retrato que más tarde logré hacer de él aunque mi dibujo ciertamente es menos encantador que el modelo. Pero no es mía la culpa.
Las personas mayores me desanimaron de mi carrera de pintor a la edad de seis años y no había aprendido a dibujar otra cosa que boas cerradas y boas abiertas. Miré pues aquella aparición con los ojos redondos de admiración. No hay que olvidar que me encontraba a unas mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. Y ahora bien el muchachito no me parecía ni perdido ni muerto de cansancio de hambre de sed o de miedo. No tenía en absoluto la apariencia de un niño perdido en el desierto a mil millas de distancia del lugar habitado más próximo.